Coleccionismo de Arte en Buenos Aires 1924
“Coleccionismo de Arte en Buenos Aires 1924-1942”es el título del reciente libro de Marcelo Pacheco que con el patrocinio de Teresa Grüneisen acaba de publicar El Ateneo.
Nacido en Buenos Aires en 1959, su autor ostenta un importante curriculum. Graduado con Diploma de Honor de Profesor y Licenciado en Historia de las Artes de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), ejerció la docencia, fue secretario privado y jefe de departamento en el Museo Nacional de Bellas Artes entre 1986 y 1993.
Ha sido curador de importantes muestras, entre ellas, Guttero, Victor Grippo, Oscar Bony, Benedit, Aizenberg, de la colección permanente de arte argentino y latinoamericano.
Autor de libros sobre Garabito, de la Vega, Pombo, Kemble, Berni, tiene también destacada actuación en simposios y congresos nacionales e internacionales. Pertenece al consejo de administración de la Fundación Espigas y es miembro del Comité Editorial del YCAA (Museum of Fine Arts, Houston).
Como Curador en Jefe del MALBA desde 2002, posición a la que acaba de renunciar, ha realizado una vastísima labor por la que contribuyó a ubicarlo en el plano internacional dando visibilidad a importantes artistas argentinos que actualmente integran colecciones públicas y privadas.
En la introducción, Pacheco señala que en la Argentina el coleccionismo moderno comenzó a mediados de la década de 1920.Ser “coleccionista” era una definición social, un placer personal y una marca de pertenencia. La élite fue la protagonista, se privilegiaba el impresionismo, más adelante se agregaron figuras de la clase media en ascenso. Buenos Aires era el centro.
En 1924, la política jugó un papel principal: la ruptura entre Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear marcó un enfrentamiento entre la élite terrateniente y la burguesía urbana que influyó también en el campo artístico.
Se produjeron enfrentamientos entre los que apoyaban los cambios estéticos y los que buscaban la renovación ideológica.
Entre los conservadores estaban Quirós, Ripamonte, Bermúdez, Cordiviola y Malanca. Fader era un caso aparte , ya que aunque se había identificado con Nexus, su visión personal difería debido a su formación europea y vasta cultura.
Un papel importante cumplió la Asociación Amigos del Arte que abrió sus salas en 1924 y todos , sin distinción de clase ni posición ideológica o estética , expusieron en sus salones, llegando en 1942 a 500 exposiciones.
Francisco Llobet fue uno de los primeros en mostrar allí su colección de Monet, Sisley, Gauguin, Pissarro, Forain, Delacroix y así otros nombres paradigmáticos de nuestro coleccionismo: Santamarina, Errázuriz, Lernoud, Girondo, Marcelo T. de Alvear.
En un meduloso estudio de los años 20 , Pacheco enfatiza acerca de la variedad del mercado que se vió fortalecido con el incremento de galerías e importaciones de firmas internacionales que no sólo cubrían las bellas artes sino la bibliofilia, las artes decorativas porcelanas, grabados. Hacia 1934 Müller se ampliaba, abría Wildenstein en 1939, en 1943 llegaron los anticuarios Kóenisberg. Son innumerables las muestras que se sucedían, el eclecticismo era síntoma del cosmopolitismo, la modernidad y la competencia internacional de la Argentina a través de su clase ilustrada.
La revolución cívico- militar de 1930 inició un proyecto político y económico que demostró su rotundo fracaso en 1942 cuando se anunciaban los cambios que trajo el golpe de estado del General Ramírez y el posterior surgimiento del peronismo. La atmósfera se enrarecía con los continuos traspasos del poder entre conservadores y militares.
Se cierra Amigos del Arte, aparecen críticos prestigiosos como Payró, Merli, Rinaldini, Romero Brest. Triunfaba el Grupo de París, Orión, el Nuevo Realismo con Berni, se inauguraron nuevos espacios: Peuser, Comte, Quirós era el pintor nacional, Quinquela, el pintor del pueblo. Triunfaba la línea conservadora.
En los veinte años elegidos por Pacheco en los que se concentran nuevos modelos de consumo, posiciones y cambios de los agentes activos en el área, las crisis económicas e institucionales influyeron en el coleccionismo basado sobre la modernidad europea del siglo XIX, de entreguerras y lo moderno nacional, hecho que fue anulado por discursos posteriores.
Aquí Pacheco desmitifica el papel de Romero Brest que encarnaba un período que venía a modernizar y profesionalizar un territorio “desierto y atrasado”, desconociendo lo realizado durante esos 20 años.
El libro revela también la falacia acerca de una “ Argentina aislada del mundo” ya que hay sincronías con lo que sucedía a nivel internacional: Pettoruti exhibiendo con los futuristas, Xul Solar en Milán en 1920, Juan del Prete en 1932 en París, Guttero ganando en Baltimore en 1930.
Pacheco conoce las entrañas del Museo Nacional de Bellas Artes, ha rastreado los orígenes de las colecciones y los coleccionistas, narra jugosas anécdotas acerca de sus compras, la procedencia de los cuadros, el liderazgo de personalidades conflictivas y principales como LLobet , Santamarina, Lernoud, entre otros, la aparición de los que después se convertirían en protagonistas entre los 50 y 60 de una clase acomodada en ascenso Acquarone, Minetti, Scheimberg, por sólo nombrar algunos entre los muchísimos nombres prestigiosos que alentaron la producción de artistas argentinos.
Entre los 50 y 60 se asistió a una gran dispersión , no solamente de pinturas sino escultura, platería, tapicería, arte oriental, mobiliario, artes decorativas que salieron del país.
Libro extenso, 380 páginas, esencial, por la profusión de datos, conocimiento del momento político, histórico, social , las diferencias entre los gustos de los ruralistas y el de banqueros e industriales, la actitud generosa de sus donaciones que atesoran nuestros museos. Pero fundamentalmente, es el testimonio de un apasionado por el arte, formado desde su infancia entre “cuadros y esculturas, libros y grabados, visitas a viejas residencias y pisos llenos de maravillas en sus paredes y muebles”.
Publicado en Ambito Financiero