Adolfo Nigro – In memoriam
Empecé a mirar y admirar la obra de Adolfo Nigro en 1989. Desde entonces acompañé sus frecuentes presentaciones en distintas galerías, museos, centros culturales y creo haber escrito no menos de quince notas sobre el quehacer de este gran artista argentino nacido en Rosario en 1942 y que falleció el 14 de mayo en Buenos Aires.
Su obra y pensamiento estético están íntimamente ligados a la de su maestro de origen lituano, José Gurvich, uruguayo por adopción y también al famoso taller de Joaquín Torres García.
La poética de Nigro también se nutrió de poetas como Oswald de Andrade, Rafael Alberti, Paul Eluard, Juan L. Ortiz, Hugo Padeletti, César Bandín Ron.
Trabajó desde siempre con la memoria, con su subjetividad, por eso su obra jamás rozó las heladas zonas discursivas, herméticas, de cierto arte del que muchas veces, el observador sensible se siente marginado.
El objeto, protagónico en su obra, puede ser barquito, luna, piolín, pez, broche, tapita, carta, boleto, fósforo, estampillas, escrituras, nombres , fechas, insertos o no en cajas , objetos con historia que provocan recuerdos, emociones.
Su pintura, es directa, comunicativa, severa en su estructura, trascendente en lo espiritual, no en vano, Gurvich y el taller Torres García están presentes.
Vital, optimista, verdadero, habla de las cosas que existen. No estuvo al margen de un mundo despiadado pero se resistió y creyó en la posibilidad de continuidad de lo humano y en la celebración de la naturaleza.
Obra clara, como el agua, de pregnante presencia. Extrañaré su amistad.